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jueves, 21 de julio de 2011

La violencia en el mundo

La violencia en el mundo
Jean Baudrillard – Edgar Morin.
Este libro proviene de un debate, en el que coincidieron Jean Baudrillard y Edgar Morin, sobre los dramáticos acontecimientos que tuvieron lugar el 11 de Septiembre en EE.UU. Este pretexto sirvió para que ambos autores desarrollaran una aguda reflexión sobre los procesos y tendencias subterráneas que socavan la sociedad y tratar de encontrar un sentido o una causa a la barbarie que campea en todos los lugares del planeta.
Las figuras de Baudrillard y Morin son suficientemente conocidas, así que sólo haré una breve reseña sobre ellos. Jean Baudrillard, sociólogo y pensador inclasificable según algunos, es conocido por sus polémicas contra el poder político y mundial y entre sus libros destacan: el Sistema de los Objetos, Cultura y simulacro, en el que nos habla de su hiperrealidad, y sobre este tema, La guerra del golfo no ha tenido lugar y el Espíritu del terrorismo. Edgar Morin, combatiente profesional, comunista expulsado por sus críticas, se ha caracterizado por sus estudios sociológicos y sus teorías que aúnan cibernética, sistemas e información que abordan el conocimiento como un proceso a la vez biológico, cerebral, espiritual, lingüístico, cultural, social e histórico. Entre sus libros destacan, Le Methode, varias ediciones, Introducción al pensamiento complejo y relacionado con este tema Civilización y Barbarie.
Morin hace un recorrido por las diferentes nociones de desarrollo, en las que no sólo impugna las categorías ideológicas asociadas a los mitos del progreso y a su apología técnica y tecnocrática, sino que también pone en cuestión las ideas con que los políticos piensan los temas del desarrollo: “una política planetaria nos obliga a romper con la noción de desarrollo, incluido aquel que es duradero o humano”. Frente al fenómeno del terrorismo, insiste en la necesidad urgente de asumir los problemas de la humanidad en términos planetarios, pero para eso no sirve hacer una guerra contra quien no tiene una patria que defender. Retomando el significado de krisis griego, propone atacar las causas y aliviar los síntomas. Si el síntoma es el terrorista, tenemos la policía mundial para detenerlo, pero no tenemos una política mundial para atajar las causas. Para él, la más grave injusticia del mundo no es material, es moral. No es una simple asimetría entre ricos y pobres, nadie parece tener en cuenta a los desheredados de los países ricos, sino la humillación a la que son sometidos.
Baudrillard, despliega su ironía contra toda la cháchara política y periodística en torno al terrorismo y la violencia. Si ya había desconcertado a más de uno con La guerra del golfo no ha tenido lugar, ahora golpea más duramente contra el núcleo de los mass-media:”En el régimen normal de los medios de comunicación, la imagen sirve de refugio imaginario contra el acontecimiento. La violencia y todas las formas de terrorismo funcionan como paroxismo de una saturación del sin sentido. Terrorista son todos, se trata de terror contra terror”. Para él, las nuevas reglas del juego son feroces porque la apuesta es feroz, ambos contrincantes buscan la aniquilación del otro, y mientras el terrorista se inmola, pide al contrario lo único que este no puede darle: su propia muerte. Para Baudrillard, la política de exterminio y la banalización del mal son síntomas de una misma enfermedad, y es como decía Einstein; la idiotez. De esta forma deja a un lado los disimulos y la hipocresía y sintetiza la lógica del terror en el mundo actual como que la hipótesis terrorista es que el sistema mismo se suicide en respuesta al desafío múltiple de su muerte. “Esta violencia terrorista no es real, es algo peor que eso: es simbólica”. Por lo tanto genera una singularidad, una fascinación de las masas que aplauden cuando ven derrumbarse el símbolo del poder absoluto, el financiero. Como en cierto modo hace Morin, Baudrillard afirma que todas las hipótesis sobre el terrorismo tienen sus bases en un sentido histórico, religioso, psicológico, social y político. En todas ellas el sistema aparece como cáncer y el terrorismo sería su metástasis, utilizando la expresión de Arundati Roy. Pero para quien juega desde siempre con la hiperrealidad, donde sólo hay simulacros, esto significa negarle la singularidad y por eso propone una hipótesis cero, que en un sentido nietzscheano del devenir, piensa más allá de los actores y de la violencia espectacular y que significaría el surgimiento de un antagonismo radical en el corazón del proceso de globalización, irreductible en su singularidad a la realización integral de un orden mundial bajo el signo de un poder definitivo y único. En contra de la esperanza que Morin pone en lo improbable, el azar y el error está presente de forma perpetua en nuestras vidas,(Le Methode), que suceda algo insospechado que cambie el curso de la destrucción a la que nos encaminamos, como ha ocurrido a lo largo de la historia, Baudrillard afirma que la hipótesis soberana dice en el fondo que el terrorismo no tiene sentido ni objetivos, y como no los tiene en el sentido de la razón occidental, constituye un acontecimiento en un mundo saturado, falto de moral, de finalidad y eficacia, como señala Morin. Hay una regresión, involución la denomina Morin, en el desplazamiento de la lucha a la esfera simbólica. Cualquier violencia de tipo tradicional regenera al sistema a condición de que tenga sentido, y en esto ambos autores coinciden. Pero el terror no tiene fin, solamente es inmoral.
Como ninguno de los autores tratan en este libro del origen del mal, no voy a meterme por esos derroteros, pero Morin recuerda en su lección de complejidad que ya David Hume, con su esbozo de la falacia naturalista denunció lo fallido del intento de deducir, demostrar, el bien y el mal moral de nuestra conducta a partir de un supuesto conocimiento de la esencia o naturaleza del hombre. De igual forma dice que es imposible deducir una ética de una ciencia y una política de una ética, pero es necesario que se comuniquen. Pero al mismo tiempo, la violencia que ejerce el estado es inmoral en su respuesta. Decía Marcuse que el totalitarismo social, no político, destruye la diferencia entre la vida privada y la pública, que cuanto más se difunden los miedos, más se interviene y reprime a la sociedad y la política pasa a ser el instrumento del totalitarismo societario. Se presenta como el último remedio, y al conservar su configuración democrática, ni siquiera necesita de un jefe. Ya no quedan héroes. Este miedo al terrorismo, del que se hace culpable al inmigrante, al extraño, al creyente, y por supuesto a los fanatismos no occidentales, que construye actualmente la idea de sociedad, lo que en el fondo constituye es el virus antidemocrático de las democracias contemporáneas, como nos señala Carlo Mongardini en Miedo y Sociedad. Beck dice, en Sociedad de riesgo, que se pensó una vez que habría una cultura capaz de librarnos de los miedos y conseguir una convivencia sin dominio político, que ya profetizaron Schopenhauer y Marx. Para el primero, la humanidad en su nivel más alto no necesita del estado, pero como decía Horkheimer, sin una esperanza real de seguridad, la vida en nuestra sociedad se hace absurda…acecha la desesperación. Cuando en tiempo de crisis, a lo largo de la historia, una cultura y sus instituciones han perdido o temen perder su representación, el dominio de su realidad, todo se hace inseguro: la fe, la moral, la política, como también recuerda Morin, y siempre resurgen el miedo y la violencia. Hay un odio recíproco entre el estado y el terrorista, entre las religiones, los países….incluso si el enemigo no existe, se inventa para poder aumentar la agregación social del grupo y su representación. Las religiones militantes han alcanzado así sus mayores logros. Si aceptamos que, una de las raíces de la cultura es el miedo y la protección, como rasgo inevitable de la especie o condición humana, esto es utilizado por parte del terrorista y del estado como forma de poder. Dice el psicoanalista Francisco Pedrero, en Filosofía y Redención, que el odio y el miedo, el terror al sin sentido y al abandono, a ser borrado del mapa, el terror a la angustia de no existir para nadie, convierte la violencia y la crueldad en un tipo de respuesta, desesperada o no, en función del grado de alienación social. Constantemente se revela bajo el manto de la religión o de la promesa del paraíso, ante la carencia de un instinto como respuesta adecuada, cierta y continua. Así mismo añade que la agresividad no es una pulsión, ni un instinto, nace del lazo social. Si añadimos al estado como contrario, conviene recordar que Carl
Schmitt decía que todos los conceptos de la doctrina moderna del estado, son conceptos teologizados y que Weber hablaba de que el ordenamiento civil se mantiene con ciertas dosis de coerción, con lo que parece que estamos en un callejón sin salida, y aunque Morin, en Le Methode, dice que toda libertad es sierva, se pierden libertades logradas a lo largo de siglos en respuesta a un fenómeno creado por el poder ciego de la especulación política y empresarial. Judith Butler, dice en su último libro: Marcos de guerra, las vidas lloradas, que excluir la muerte a favor de la vida constituye la muerte de la vida. El derecho a la vida implica la obligación positiva de suministrar unos apoyos básicos que intenten minimizar la precariedad de manera igualitaria, entre ellos la opresión, es decir las condiciones, no la vida en sí. Diferenciando precariedad de precaridad, llama a esta última la condición políticamente inducida. El miedo se da por añadidura, es el resultado de la política de precarización del otro. La tortura y su imagen, como quiere Baudrillard, es ambivalente: una forma de poner en evidencia la violencia del estado y una manera de legitimarse que tiene el propio torturador y sembrar el miedo y las dudas sobre las normas que rigen la vida y el discurso social, y nuestra respuesta ética al acontecimiento, al sufrimiento. Morin dice que uno de los logros de la razón occidental es la individualidad, pero que al mismo tiempo es causa del deterioro moral al no ser bien entendida. Para Butler, toda forma de individualidad es una determinación social. Nuestro primer interés por el otro es porque es condición de nuestra supervivencia. La singularización, tan cara a Baudrillard, constituye un rasgo esencial de la sociabilidad, en la que todos estamos expuestos, por ello, a la precariedad moral. Hanna Arendt, dijo que una vida política que ha perdido su punto de referencia transcendente, algo que Morin también señala, y que está convencida de poder alcanzar y realizar sobre la tierra las metas últimas, sólo puede desembocar en una forma de totalitarismo. No es el concepto de clase y de sociedad de clases el elemento totalitario intrínseco al marxismo, como no fue el concepto de raza o de una sociedad basada en ella la que hizo posible el nazismo. En ambos casos, el elemento decisivo fue la convicción de que es posible construir la historia, una idea que pone los medios a emplear para conseguir tal fin, sin que este evidentemente llegue a realizarse jamás. Sin embargo se opta por el sin sentido, el terrorista y el poder mundial siguen en su ceguera y a cambio de sentido, la victoria se convierte en una necesidad y entonces los hombres llenos de miedo se hacen temibles y siguen a Eneas: Al vencido sólo le queda una posibilidad de salvación: no esperar ninguna. Recordando a Adorno y su Mínima Moralia, es optar por la equivocación, por la dirección contraria. La propia imposibilidad debe ser asumida en aras de la posibilidad.
Confiemos entonces en que haya una verdadera política planetaria, que suceda el improbable azar histórico que espera Morin. Al fin y al cabo, Höderlin dijo: Allí donde está el peligro, está la posibilidad de salvación.

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