POSMODERNIDAD Y LÓGICA CULTURAL DEL CAPITALISMO
Reflexiones sobre el dichoso y triunfante capitalismo y sobre la no menos dichosa posmodernidad, a través de dos obras consideradas emblemáticas sobre ambas cuestiones:
Fredric Jameson: El giro
cultural.
Daniel Bell: Las contradicciones
culturales del capitalismo.
El
hecho de escoger estos dos autores es
porque ambos analizan, de manera distinta pero complementaria, los fenómenos de la cultura y el capitalismo y su
implicación en la sociedad. Así pues son dos
puntos de vista distintos, el de el liberalismo del profesor de Harvard,
Daniel Bell, quien ya había analizado en sus obras anteriores al capitalismo:
El fin de la ideología y El advenimiento de la sociedad postindustrial, y el de
Fredric Jameson, crítico de ideología marxista que ha analizado en numerosos
artículos y libros las relaciones entre el capitalismo y la cultura, así como
el fenómeno del posmodernismo. La conexión entre ambos no es otro que, como
señala Jameson, la indiferenciación de estos dos campos, de manera tal que la
economía llegó a superponerse con la cultura, que todo, incluidas la producción
de mercancías y las altas finanzas especulativas, se ha vuelto cultural, y que
la cultura pasó a ser profundamente económica u orientada a las mercancías, así
como el valor de ruptura que ambos le dan a la cultura en su análisis de la
sociedad, aunque de manera diferente.
El giro cultural
Esta obra recoge una
serie de artículos o ensayos, práctica habitual en Jameson, que van desde la
década de los años 80 hasta finales de los 90, y tienen como reflexión
principal, la posmodernidad y las relaciones tan extrañamente estructuradas en
que la economía y la cultura se mezclan entre sí. Una de sus tesis es que esta
relación no es un proceso de dirección única sino una interacción que muestra
como la producción posmoderna de mercancías es algo cultural. La imagen es
básica en los mercados y este mundo se convierte en una fuente de ingresos,
donde como vemos, ya no hay lugar ni para el ocio gratuito. Los primeros artículos refundan publicaciones anteriores,
entre ellos el famoso la Lógica cultural del capitalismo tardío, en los que utiliza
el ejemplo de la arquitectura para captar la ruptura con lo moderno que se
mostraría en la capacidad de integración
en el paisaje, los nuevos espacios,…y la integración de estas obras en el
discurso teórico nuevo que suplante al filosófico. Un fenómeno que llama
pastiche como copia negativa o imitación triste del original, que ni siquiera
llega a la parodia burlesca de un individualismo presentado como un mito que nunca existió o
que sólo fue posible en la era clásica del capitalismo, habiendo desaparecido
en la burocracia económica actual. Así que parece que la lógica del capitalismo
no era sólo no pagar impuestos sino anular al individuo para confinarlo en el
sistema de masas que surgió al final de la 2ª gran guerra y que ha sido
descrito como sociedad de consumo o posindustrial. Esta fecha le parece
correcta a Jameson para datar el comienzo del posmodernismo relacionándolo con
el momento en que la estética y los autores del alto modernismo ingresaron en
la academia establecida y sus mercancías artísticas tuvieron gran éxito, al
menos comercialmente. El posmodernismo es caracterizado en los debates
estéticos como político, debido a la infección que la contrarrevolucionaria
conservadora supuso en lo político al asimilar el alto modernismo con posmodernismo.
Lyotard y Tafuri son ejemplos de ambivalencia, si el primero opta por la
innovación estética, el último sigue en
la tradición marxista tradicional que afirma el pesimismo del sistema
capitalista, diagnóstico que denuncia la utopía nueva de la tecnología que
modela la cultura misma, su producción y su inclusión en el sistema del
capitalismo tardío y astuto. Para Perry Anderson el enfoque de Jameson sobre el
posmodernismo es totalizador, incluyendo el devenir histórico del fin de la
ideología por el fracaso socialista y la deriva a una sociedad postindustrial y
a la tercera fase del capitalismo propuesta por Mandel. Al menos puede teorizar
desde una perspectiva marxista viable que teoriza la lógica específica de la
producción cultural y no sólo la critique. Este sería el sentido de su enfoque
totalizador del posmodernismo, concepto
que se refiere a la noción de estructura y que remite, con Althusser, a uno
sólo: modos de producción que cambiarán con las situaciones históricas o con
los paradigmas nuevos, o con un nuevo proletariado internacional como sujeto de
la historia. Algo que no puede ser el ejecutivo actual, paradigma del triunfo
de la ideología actual. Quizá peca de
optimismo cuando dice que el capitalismo global sigue su nuevo camino sin las
precauciones tradicionales, como si el capital no fuera hegelianamente astuto y
camaleónico. Da en cambio otra definición de posmodernismo como periodo
transicional entre dos fases del capitalismo, en que las formas anteriores de
lo económico incluidos los productores están en proceso de reestructuración.
Esto parece necesitar una proletarización a escala global un mapeo cognitivo
que se daría en una nueva conciencia de clase. En las antinomias de la posmodernidad, que retomará y ampliará posteriormente en su libro Semillas
del tiempo, configura las paradojas de las representaciones del espacio y
tiempo, que como ideología supone captar el cambio estructural del modo de
producción, por su propio tempo. Lo
demás es estasis, intentos vanos utópicos, equivalencia entre la persistencia de
lo mismo, moda y estandarización, imagen única que recuerda el renacimiento de
la historia que Kojeve creyó encontrar
en Hegel y Marx, el valor igual de los sujetos económicos y jurídicos en el
capitalismo y en el comunismo, la posmodernidad misma, el viejo fin de la
ideología, que junto al fin del arte del capítulo siguiente configuran la
denuncia del fin de la subversión cultural pues ha pasado a ser producción de
mercancías y la especulación ha pasado a ser cultural. La sustitución de lo
sublime por lo bello, comercialmente, en el posmodernismo.
La idea de Fukuyama
que sobresaltó al mundo, según P Anderson, que el capitalismo y el mercado son
la forma final de la historia humana no tiene en cuenta que la historia sigue
adelante, empeorando a ratos, como se ve, lo que Marx ya imaginó para sistemas
o modos de producción en una línea que Hegel definió como la lucha del amo y el
esclavo: el reconocimiento como motor de la historia. En transformaciones de la imagen parte de una caracterización del
posmodernismo como fin de algo. Todo lo emergente parece acabar con lo
anterior, en este caso el modernismo. Pero el discurso utilizado toma la forma
del pastiche, forma posmoderna de aglutinar la estética antigua, las teorías
políticas anteriores, las miradas del individuo que volverá a caer en la
burocracia del poder un retorno a lo estético que presupone con Lyotard, que el
posmodernismo precede al modernismo preparando su surgimiento. Sin embargo la
cultura comercial, e incluso la nostalgia vive de los estereotipos. Al nuevo
arte moderno siempre le acompañó la subversión y la crítica, fue un arma
política. La cultura comercializada con la absorción de todas las formas de
arte convierte la imagen en mercancía, no se puede esperar de ella la negación
de la lógica de producción de mercancías. Toda belleza es hoy engañosa y su
apelación una maniobra ideológica y no un recurso creativo. Los dos últimos capítulos tratan, en
cierta forma sobre lo mismo: las relaciones entre cultura/capital/estética/corrupción.
Siguiendo a Arrigi y homenajeando a Mandel y su afortunada expresión del
capitalismo tardío desarrolla su esquema
clásico y el telos de Arrigi que muestra como el dichoso capital sabe buscar su
fin en espiral, escondiéndose de la línea recta, algo que Marx había postulado
en los Grundrisse, socavando las economías tradicionales pre-capitalistas y actualmente las avanzadas, como un virus
mutante. Aprovechando los casos de corrupción de Manhattan con la especulación
del suelo nos señala el último eslabón: el que conduce desde el capital
financiero a través de la especulación de la tierra a la estética o producción
cultural, en este caso la arquitectura, que en paralelo a la simetría de las
cuatro torres del hotel Bonaventura del primer capítulo vemos como nos desorienta, nos confunde. No sabemos a qué
torre señalar, nos hace dudar de dónde
venimos hurtándonos el camino de salida.
Y en eso estamos.
Daniel Bell: Las contradicciones
culturales del capitalismo.
Bell
analiza en esta obra dos conceptos clave del capitalismo, la economía y su
organización, y la cultura que el propio sistema ha generado. Dividida en dos
grandes secciones, El doble vínculo de
la modernidad y Los dilemas de orden
político, sucede en el tiempo a sus obras antes citadas. Si en el Fin de la
ideología no supone que hayan terminado todos los conflictos sociales ni que se
busquen otros intelectualmente pues surgirán otras nuevas ideologías como
fuente de radicalismos y si en el Advenimiento de la sociedad postindustrial
advertía que no se podía hablar sólo del criterio tecno-económico a la hora de analizar
el capitalismo, aquí analiza los desacuerdos entre la cultura y la economía,
buscando las causas más en una noción de cultura particular que en un conflicto
ideológico, es decir, más Nietzsche y menos Marx. Para Bell, la principal fuente de desacuerdo,
disyunción la llama, entre el capitalismo y la cultura es la destrucción del
principio unificador de ambos. Durante un tiempo la ética protestante acompañó
a la burguesía porque al radicalizarse la economía impuso un conservadurismo en
moral y gustos culturales. La crítica se dirige al concepto holístico de
sociedad como sistema cerrado, a la concepción hegeliano marxista del ciclo
histórico del movimiento del hombre para controlar la naturaleza y escapar de
las restricciones de la necesidad.
Cabría preguntar si ese es el telos humano actual. Bell no cree que la
historia sea dialéctica, el socialismo no ha sucedido al capitalismo, como
cabría esperar por sus contradicciones o porque, siguiendo a Nietzsche, el
nihilismo a que lleva es la voluntad consciente del hombre de destruir su pasado
y controlar su futuro. Es decir la sociedad no integra, separa, con ámbitos que
responden a diferentes normas y cambios de ritmo. Su estructura social tiene
tres órdenes, el tecno-económico, el político y el cultural, con diferentes
principios. La cultura actual moderna, se define por la libertad para engullir
cualquier estilo, nada está prohibido, todo debe ser explorado. El ámbito de
las formas simbólicas, se desprende de los mitos burgueses con una erosión
progresiva, más lenta que los procesos técnicos de los valores clásicos. No es
la ideología quien señala el criterio objetivo del conflicto con el
capitalismo, pues a diferencia de las economías o tecnologías anticuadas, las
ideologías no desaparecen. Estos momentos de conciencia como los llamaba Hegel,
son renovables a lo largo de la historia y reformuladas una y otra vez. Es en
la esfera de las artes donde se plasma la disyunción de la cultura frente a la
sociedad. Marx expuso en la teoría de la sociedad de masas y la alienación,
juicios culturales críticos sobre la calidad de vida en una sociedad moderna.
Para Bell, el paso de los diferentes estados societarios se asemeja a la teoría
de juegos. La sociedad preindustrial es un juego contra la naturaleza, la
industrial un juego contra la naturaleza fabricada y la postindustrial un juego
entre personas puesto que se centra en los
servicios humanos, profesionales y técnicos. Si el sistema es
capitalista, comunista o colectivista burocrático, como gusta de llamarlo,
concierne a la administración de la economía y al ethos de la sociedad, es
decir, sistemas entrelazados en la acción social. Para Bell, Marx lo entendió
como un sistema total de economía y cultura para la producción de mercancías e
intercambio y el funcionalismo, Parsons entre ellos, como un sistema valorativo
común que legitima y controla. Pero si la economía es el arte de asignar
recursos escasos a demandas rivales, para Bell la fantasía del comunismo fue la
idea de que con esto se aboliría la economía.
La relación entre la estructura
socioeconómica de una civilización y su cultura es necesariamente tensa, pues
la última es el componente dinámico de la civilización superando incluso a la
tecnología, e integrándola al mismo tiempo que legitima el impulso necesario
para crear un mercado. Esto significa que sería una leyenda que el modernismo
es un espíritu libre en guerra con la burguesía. Recoge la idea de tensión
entre cultura y sociedad propuesta por H. Arendt, en la que el individuo se desespera cuando
integra en la sociedad de masas todos los extractos ya que no consume cultura:
la devalúa y la convierte en mercancía social. Hedonismo como simulación de una
ética de consumo. Sin embargo, sea a través de Nietzsche, cambio de valores, o
de Marx, cambio en las relaciones de producción, la liberalización contra lo
conservador proviene siempre de la cultura. Siguiendo en parte a Habermas, Bell
cree que hay un desplazamiento del gobierno de la sociedad, quien lo legítima,
desde la economía a la política, es decir del mercado al estado y que es
directamente proporcional a la debilitación de vínculos entre la economía y el
comportamiento social. El estado absorbe las funciones regulativas del mercado
a cambio de asumir responsabilidades, al mercado no se le pueden pedir por ser
ente etéreo y escurridizo, porque el modelo a seguir sigue siendo el
capitalismo que con el crecimiento necesario para el mantenimiento del sistema,
sigue siendo fuente y origen de desigualdades con lo que debe legitimarse para
eludir responsabilidades (esto habría que decírselo a algunos de nuestros
próceres actuales). Bell sigue la tesis
del marxista J O´Connor, según la cual hay que satisfacer la acumulación de
capital privado o política fiscal y la legitimación o crisis igualitaria,
inherentes al sistema. Así que no quedaría otra que convertirse en un estado
social. Siguiendo a Pareto, la economía del bienestar debe buscar una solución
en la cual algunas personas mejoren sin que las otras empeoren. Contradicción
básica de un estado que satisface las necesidades básicas pero que por la
propia necesidad de consumo inherente al capitalismo degenera a una producción
socializada para fines no generalizables, o a pretensiones comunitarias, algo
así como el dilema marxista del carácter social de la producción de riqueza
frente a las condiciones privadas de su apropiación.
Condiciona Bell toda su
obra a las parejas liberalismo-capitalismo y liberalismo-sociedad burguesa. La
reafirmación del liberalismo como conocedor de sus límites, y por ello garante
de un contrato social explica también su aserto sobre la cultura: que no podría
reflejar la sociedad al ser tan especializada y no hallar símbolos comunes para
relacionar experiencias, es decir todo es moda por lo que la cultura debe
fundirse con la religión, con las creencias. Si Dios ha muerto, los vínculos
sociales se han roto y la sociedad está muerta. Se podría decir que Bell expone
las contradicciones políticas como diferentes de las culturales, pues derivan
del hecho de que la sociedad liberal originalmente fue establecida en su ethos,
sus leyes y recompensas para promover fines individuales y ahora es una
economía interdependiente que debe estimular metas colectivas. No está mal para
quien ve en la derrota una virtud: el conocimiento del pasado, de las necesidades básicas prioritarias, de
los límites de los recursos y un acuerdo de equidad lleven a una sociedad que
promueva una situación donde las personas lleguen a ser iguales, de modo que
puedan ser tratadas de igual manera. De esta forma atestigua su declaración en
First love early sorrows, según la cual siempre se consideró un socialista en
economía respecto a las necesidades básicas, y un conservador tradicionalista
en la cultura. A esto hay gente que le llama liberalismo social y se queda tan pancha.
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