Epícteto: La fe en la libertad.
Decía Musonio Rufo, en sus Disertaciones, que el estudio teórico de la filosofía no debe constituirse como un fin en sí mismo, sino como un medio para aprender a vivir de acuerdo a la naturaleza.
Este principio fue hecho suyo por Epícteto, discípulo suyo, manusumiso y fundador de una escuela de filosofía en Nicópolis, en la que enseñó el principio estoico de que el conocimiento filosófico que no se encarna en un estilo de vida, una actitud vital, es inútil. “Mostradme un estoico, si tenéis alguno…mostradme uno enfermo y contento, en peligro y contento…” Para Epícteto hay tres ideas importantes:
No son las cosas las que nos disturban, sino nuestro juicio sobre ellas
Podemos y debemos intervenir en nuestras representaciones
Discernir entre lo que depende de nosotros y lo que no.
Como solución para todas ellas propone la libertad interior del hombre.
Siguiendo la tradición estoica Epícteto denomina representaciones al modo en que los seres humanos nos representamos la realidad, es decir, lo que nos acontece, los hechos, situaciones, el Kosmos o Mundo del que nos habla y en el cual vivimos y actuamos. Todo juicio resultante de estos hechos origina en nosotros un impulso, opinión, y los hombres se ven perturbados por las opiniones, no por las cosas, pues todas nuestras opiniones presuponen un juicio de valor. Todo juicio genera un impulso de asentimiento o rechazo, reflejo directo de nuestra cultura adquirida, nuestra forma de interpretar la naturaleza. Estas opiniones no operan lógicamente, actúan de forma automática, sin reflexión, porque las hemos incorporado a nuestro modo de actuar dado por nuestro entorno y ala ser operativos conforman nuestras acciones. El sufrimiento no viene de los hechos sino de las interpretaciones de estos, porque nuestro pensamiento nos daña: Intenta antes que nada no ser arrebatado por la representación. No ofende el que insulta o golpea, sino el pensar que son ofensivos.
Para poder escapar de esta negra apertura nos dice que hay en nosotros algo mucho más originario que el ámbito de nuestras representaciones y sus contenidos: el discernimiento para distinguir las que son ajustadas a la realidad y las que no: Eres una representación, y no en absoluto lo representado. Y esta capacidad de discernir es fundamentalmente la libertad interior, la proaíresis o elección, el albedrío, quien posibilita que no seamos arrastrados por las representaciones espontáneas y no demos nuestra opinión ni actuemos instintivamente, al modo animal, sino de acuerdo a un juicio reflexivo, que se convierte así en una señal de identidad humana pues es in- coercible, in-esclavizable, libre de impedimentos, dada y partícipe de la divinidad. ¡El particular dice: Pobre de mi hermano, pobre muchacho….el filósofo dice!: Pobre de mí….! Y es que nada ajeno al albedrío puede poner impedimentos o perjudicarlo, sino es el mismo. Esta dimensión que nos hace humanos se basa para Epícteto en la proaíresis y en el hegemonikón, en la libertad y en el principio rector o guía del alma, que hacen que exista la capacidad de observar, discernir, aceptar o rechazar a las representaciones: ¡Espera un poco representación, deja que vea quien eres y de que tratas, deja que te ponga a prueba! Y esto, que también sirve para las afecciones del alma, se supera distinguiendo entre lo que depende de nosotros y lo que no.
Lo primero está sometido al albedrío, no nos puede ser arrebatado y podemos resumirlo en un uso correcto, -en Epícteto esto significa moralmnete-, de las representaciones. Lo segundo es lo accesorio, ajeno al albedrío: la fama, la riqueza, salud, etc. Para él, si bien los hechos y situaciones de nuestra vida dependen de nosotros en grado variable: mucho, poco o nada, lo que siempre tenemos es nuestra capacidad para interpretar esas situaciones y nuestras acciones. Sólo seremos libres si sabemos que lo somos, de ahí su insistencia. En Medea, los maníacos…., Epícteto nos dice que hay que abstenerse de las reacciones emocionales porque son contrarias al ideal de la ataraxia.
Si desde un punto de vista ético, aquello que no depende de nosotros no es bueno o malo, es indiferente, no significa que no conozcamos la esencia del bien y del mal, ya que al igual que la libertad, la divinidad nos dio los recursos necearlos para reconocerlos y discernirlos. Somos lo que hacemos, maestreas acciones serán lo que pongamos en relación con ellas, podemos errar pues el error se da en la naturaleza, pero debemos reparar nuestros errores, someter nuestros actos al entendimiento para imitar la naturaleza de los dioses. Foucault dice que el control de las representaciones no supone encontrar una verdad oculta en ellas, sino encontrar un conjunto de principios prácticos, de forma que se pueda saber si somos capaces de actuar de acuerdo a ellos. Como dice Salvador Mas, Epícteto nos enseña cual si de un cínico se tratara, un espejo que devuelve a los hombres la imagen de lo que realmente somos. Pero no nos deja sin salvación: “¿Se puede sacar provecho de esto? De todo. Un mal padre…Un mal vecino…venga lo que quieras y yo lo convertiré en un bien”.
No puedo evitar pensar en María Zambrano, al comentar, leer -y releer- a los estoicos y su comentario que decía "que la filosofía antigua y de ella todavía más la estoica, es amarga medicina, vigilia y desvelo, despertar a alguna verdad que pide todo nuestro valor. El filósofo estoico es más un mediador que un filósofo con razón pura y como tal coactiva, tiene una razón más dulcificadora. Según Zambrano, Séneca siente horror al dogma y por tanto relativiza aquello en lo que más cree. No es el logos el principio del mundo, sino la medida. La ley no tiene un resquicio para la libertad ni para la piedad. Séneca relativiza esta ley y regresa a la armonía de los contrarios, pero si la razón es medida y armonía, la ley queda imposible de fijarse, regresa a la fe de Heráclito, pues si la medida no está en un dogma puede fijarse en un hombre concreto que puede percibir en su interior la medida del mundo, quizá con resignación o haciendo de la moral un estilo de vida, tal que Epícteto. Séneca tuvo que pactar con el poder -pues parece que la fe de Heráclito no se da en Séneca con la pureza que en Epícteto- desde dentro porque los principios, la libertad y la razón sólo pueden preservarse dentro del poder si estás investido por él, tal que Marco Aurelio, y lo abres a los principios, aunque cometas errores: Por conocer la verdad, admites la tortura. La fe estoica era la antigua fe griega en la razón natural, pero se convierte en Epícteto en una nueva fe que deja espacio a la libertad de la persona humana, aún más, que lo lanza inexorablemente hacia ella. No es la razón natural antigua que no se diferencia de la vida y al fin sólo sirve para soportarla- estoicamente, se dice- es una nueva fe que soportada en que la libertad proviene de la divinidad encumbra a la persona que hace un uso moral de ella. Epícteto aparece como el receptáculo de la nueva razón, de la fe en la libertad, quizá el más digno de los estoicos, pues la dignidad para un estoico proviene de la libertad, quizá como lo que es: un sinónimo de ella.